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ARTE URBANO
Así se ve el mural del beso a poco menos de tres metros de la obra.
Nunca tuve al Mural del Beso de Barcelona como una visita obligada. Lo conocía de nombre, me lo habían recomendado varias veces y, casualmente, estaba incluido en un free tour nocturno por el Barrio Gótico que hice con un grupo de personas, en su mayoría latinas.
La experiencia empezó en el Barrio Gòtic, cuando nuestro guía Hernán, un argentino que vive en Barcelona desde hace años, nos anunció que nos dirigiríamos hacia un mural muy especial. Caminábamos rumbo al Born, mientras atravesábamos calles estrechas y silenciosas, típicas del casco histórico. La noche le daba al recorrido un tono más íntimo, más pausado.
Al llegar, experimenté algo que no esperaba. El lugar estaba completamente vacío, algo poco común para una obra tan visitada durante el día. Esa quietud hizo que la escena pareciera casi privada. Bajo una luz tenue, apareció ante mí la imagen de un beso gigantesco. No sabía todavía lo que estaba a punto de descubrir.
Hernán nos pidió acercarnos hasta quedar a pocos centímetros de la superficie. Ahí entendí la verdadera naturaleza de la obra. El mural está compuesto por miles de pequeñas fotografías en cerámica esmaltada, cada una completamente distinta. Lo que desde lejos es un beso, desde cerca se convierte en centenares de fragmentos de vida.
El mural se llama “El món neix en cada besada” (“El mundo nace en cada beso”) y fue inaugurado en 2014. Lo creó el fotógrafo Joan Fontcuberta junto al ceramista Toni Cumella en el marco de la conmemoración del Tricentenari de 1714, un proyecto que buscaba generar intervenciones artísticas vinculadas a la memoria de la ciudad. La obra está ubicada en la Plaça d’Isidre Nonell, en pleno Ciutat Vella, a pasos de la Catedral de Barcelona.
La pieza es un fotomosaico de grandes dimensiones. Mide aproximadamente 8 metros de ancho por 3,8 metros de alto, formado por 4.000 teselas distribuidas en 50 filas y 80 columnas. Cada una de esas teselas contiene una fotografía enviada por ciudadanos y ciudadanas que respondieron a la consigna de retratar “momentos de libertad”. La suma de esas imágenes, con sus tonos, texturas y contrastes, conforma la forma del beso cuando se observa a la distancia. Ese es el impacto, una gran imagen construida por cientos de instantes mínimos.
Conocer estos datos, escuchar la historia detrás del mural y entender el proceso técnico hizo que la obra adquiriera un peso completamente distinto. No se trata solo de arte urbano atractivo para las fotos sino que es una intervención colectiva que sintetiza memoria, participación y sensibilidad.
Volví a alejarme unos pasos y el beso volvió a aparecer frente a mí, contundente, emocional. Me sorprendió para bien. Lo que había empezado como una parada más del tour se convirtió en un momento de observación silenciosa, casi contemplativa. Nos quedamos un buen rato, en grupo pero sin hablar, atentos a la explicación del guía. La obra tiene esa capacidad de absorberte, de obligarte a mirar con detenimiento, de invitarte a pensar en cómo lo pequeño construye lo colectivo.
Parte del grupo del free tour por las calles estrechas del barrio Gótico.
Recomiendo visitar el Mural del Beso porque no se parece a ninguna otra obra de arte urbano. Es una pieza única en su tipo, construida con 4.000 fotografías reales enviadas por personas comunes y organizadas con una precisión técnica que impresiona incluso a quien no entiende de arte. Verlo de noche permite apreciar sus contrastes, su textura y su mensaje sin el ruido del turismo masivo. La experiencia se vuelve más íntima y más profunda. No importa si uno llega por recomendación, por casualidad o porque estaba en el itinerario del tour: sorprende, emociona y deja pensando.
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