
Latinoamérica no solo es hogar de intervenciones artísticas que impactaron al mundo, sino también de espacios donde esos proyectos se transforman en productos.
ARTE URBANO

Entre trazos y colores intensos, la artista convierte cada pincel en un puente hacia la memoria ancestral del continente.
Gabriela Robaldo construyó una carrera que une arte, docencia y territorio. Su obra narra los mitos, los símbolos y la espiritualidad de una América profunda que dialoga con su gente y su paisaje. Lo resume en una oración: “A mí me late contar nuestra América Latina”. En cada trazo y en cada viaje, ella es una voz que cuenta, con pinceles, máscaras y memorias, la historia viva de nuestro continente.
Gabriela Robaldo expone en Chile, participa del Festival Interamericano de Arte (FIBAC) en San Pedro y prepara su presentación en el Nevado Solidario de Oro en San Rafael, Mendoza. Además, brinda talleres gratuitos en Merlo, orientados a acercar el arte a comunidades barriales.
Actualmente, trabaja en una serie inspirada en las máscaras del Carnaval de Oruro, en Bolivia, tras vivir experiencias previas con los Diablos del norte argentino. “Ser un artista hoy que representa América Latina es importante, es un poco jugado, pero es lo que yo necesito”, afirma.
En su taller, los colores, plumas y pinceles se mezclan con los mitos andinos que inspiran su nueva serie dedicada al Carnaval de Oruro.
La artista dedica su obra a contar la ancestralidad latinoamericana y a visibilizar sus símbolos. “Cada vez que compramos algo, que decimos: ‘¡Ay, viajamos y compramos este platito!’, está con historia”, explica. En sus pinturas, las figuras del cóndor, el jaguar y la serpiente encarnan la fuerza de la naturaleza y el vínculo espiritual de los pueblos originarios.
También conduce un podcast en Radio Sentido Internacional, donde entrevista a artistas plásticos y comparte reflexiones sobre la creación y la identidad. “Me entretengo haciendo eso, conocí un montón de artistas”, comenta. (https://www.youtube.com/@RadioSentidoInternacional-Arge)
En sus comienzos, admiró a los grandes nombres del arte europeo. “Estaba fascinada por Europa, por Picasso, por los gestos que hacía Van Gogh en sus obras”, cuenta. Con el tiempo, esa admiración dio paso a una mirada más cercana. “Me empezó a parecer genial rodearme de gente que pudiera de alguna manera ser influencia para mí”, afirma.
Su obra, en un principio abstracta, se transformó después de su primer viaje a Perú. Allí, el contacto con la cosmovisión andina la llevó a un estilo simbólico, profundamente ligado a las raíces latinoamericanas. “Empiezo a descubrir una América hechicera que me fascinó. Pase de la abstracción directamente a una pintura más simbólica”, señala.

Recibió el Premio Internacional Iberoamericano en San Rafael, un reconocimiento a su obra que rescata la espiritualidad y los símbolos de América Latina.
Nació en San Antonio de Padua, Buenos Aires al lado de una academia de dibujo y pintura. Fue su vecina, la profesora Aide, quien la introdujo en el universo del arte. “Cuentan por ahí que yo me escapaba para ir a su casa a dibujar”, recuerda Robaldo. Sus padres, al ver esa pasión temprana, le construyeron una puerta que conectaba ambas casas para que pudiera ir a pintar cuando quisiera. Esa experiencia marcó su vínculo inicial con el arte.
La artista relata que su verdadera revelación llegó durante su paso por la Escuela Prilidiano Pueyrredón, donde conoció la historia del arte precolombino. “El mundo precolombino fue el mundo que me fascinó”, dice. Ese descubrimiento definió su búsqueda estética y su necesidad de representar una América hechicera y simbólica.

Obras que revalorizan los mitos y rostros de una América profunda.
La inspiración de Gabi va más allá del arte plástico. “Me inspira mucho la música, la naturaleza, los rituales”, dice. También encuentra motivación en sus estudiantes: “Hoy me vine con una alegría enorme porque estamos haciendo un trabajo sobre la ESI, eso hace que un poco seamos mejores personas”.
Cada viaje es el inicio de una nueva obra. “Generalmente a mí me nacen los viajes y tiene que ver con mitos y leyendas de Latinoamérica”, cuenta. Entre esas historias se encuentran la del Perro Familiar de Tucumán y la de la Difunta Correa, cuya instalación donó al santuario en San Juan.
Junto a su obra dedicada a la Difunta Correa, una pintura que donó al santuario sanjuanino como homenaje al sincretismo popular del país.
Para sus procesos creativos realiza una investigación vivencial. “A veces mis desafíos tienen que ver con vivir en una comunidad quechua parlante, dar clases en la montaña”, relata. Así, la artista incorpora en su obra lo aprendido en contextos culturales y naturales distintos, donde “uno aprende y después lo pone en su obra”.
Su práctica docente y su compromiso social se entrelazan en proyectos que promueven el respeto, la reflexión y la inclusión. “No siempre inspira lo bello, también te inspira algo que te moviliza”, afirma.
Considera que el arte cumple una función transformadora. “El verdadero arte es aquel que no te deja ileso”, sostiene. Según ella, el arte tiene el poder de incomodar, despertar y hacernos pensar. Cree que las expresiones artísticas deben llegar a lugares no convencionales, para que más personas puedan tener contacto directo con la pintura.
Las redes sociales son, para ella, una herramienta fundamental. “Está bueno porque puedes subir tus fotos, lo que estás haciendo, lo que vas a hacer. Tenés llegada a más gente”, dice. A través de ellas difunde su obra, conecta con otros artistas y amplía su comunidad creativa.
Conocela más en su Instagram: https://www.instagram.com/gabriela_robaldo/
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